CIUDAD DE MÉXICO. Fue inaudito que El niño fantasma inventara un instrumento que, hasta ese momento, naturalmente, no sabía que iba a revolucionar la historia del sonido. Lo llamó saxofón y con él su nombre ganaría
Cuando Adolphe tenía dos años se cayó por una escalera y, tras golpearse la cabeza con una piedra, permaneció una semana en coma. Un año después, en el taller de su padre —constructor de instrumentos— se intoxicó al confundir sulfato de zinc con leche, y lo mismo debió sobreponerse a intoxicaciones con plomo, óxido de cobre y arsénico. Otro día se tragó una aguja, fue salvado de morir ahogado en un río, se quemó con la estufa y accidentalmente le explotó un poco de pólvora en la cara, le cayó una losa de azulejo en la cabeza y de nuevo quedó en coma.Esta es sólo una parte de la historia de El cuerno del diablo. La historia del saxofón, de la novedad escandalosa al rey de lo cool, libro del periodista estadunidense Michael Segell, publicado por primera vez en español por Paralelo 21 y traducido por Sharbel Pimentel. Ahí se relata el origen del instrumento, su viaje por el mundo y los numerosos testimonios de músicos que fueron castigados por tocarlo. Todas esas desgracias que vivió Adolphe, acota Segell, lo endurecieron para librar las batallas que lo acecharían al lanzar una ingeniosa invención musical: una trompa serpentina cuya autoría aseguró dándole su propio nombre. Porque desde que sus labios tocaron por primera vez el prototipo de su saxofón, enfrentó una marejada de calumnias, robos, demandas, bancarrotas forzadas y atentados contra su vida para suprimir este nuevo sonido, suerte que compartió con los músicos del siglo XX, quienes fueron encarcelados por el simple hecho de tocarlo. Sobre este volumen, Pimentel dice a Excélsior que una de sus virtudes es la narración: “Pareciera que lees un cuento donde el personaje está destinado a sufrir. No sé si eso hace que el saxofón tenga una mística especial, lo cierto es que no se había inventado un instrumento tan importante desde el clarinete (siglo XVIII)”. Uno de los capítulos que destaca Pimentel es donde Segell coquetea con lo político y habla de los saxofonistas que cargaron las consecuencias del instrumento, como aquel encarcelado por tocarlo en la Bulgaria comunista, además de los rusos que durante la Guerra Fría fueron enviados a Siberia, o cómo durante la Alemania nazi se caricaturizaba a quienes lo tocaban, pues equivalía a aceptar los valores de la cultura afroamericana. “Sobre las olas” Otro momento valioso es cuando Segell cuenta cómo el saxofón encontró la voz en los negros estadunidenses. “Fue ahí donde realmente se afianzó como importante, aunque el dato curioso es la ruta que pudo tener a América”. Al parecer el saxofón llegó a México durante la invasión francesa. Se supondría que tomó la ruta al norte cuando militares mexicanos desertaron de su batallón en Nueva Orleans y se convirtieron en los primeros saxofonistas. Por eso existe el registro de que las primeras orquestas de jazz tocaban Sobre las olas, de Juventino Rosas, explica Pimentel. “Para mí el hecho de contar cómo llegó el instrumento desde Francia a América, a través de una banda militar, para convertirse en una expresión que se transformó en el gran aporte estadunidense al mundo que es el jazz… es alucinante”. También es impresionante cuando Adolphe se muda a Francia. Ahí espera que su invención ocupe un lugar entre los instrumentos de viento. Su intención nunca fue que el saxofón sustituyera a otros instrumentos, sino que formara parte de las bandas de guerra por su amplio registro y la fuerza de su sonido. Debido a la oposición que enfrentó, propuso un reto entre bandas militares para demostrar que tenía razón. “Sax era pendenciero y todo quería resolverlo con duelos musicales. Él inventó el sax, porque llevaba años mejorando otros, pero nunca quiso sustituir al oboe, al clarinete o la flauta. El problema fue que los fabricantes percibieron eso y creyeron que amenazaba la manera como se hacía música clásica”. Esa percepción sobre el sax no ha desaparecido. “A la fecha se le rechaza de las orquestas, más que en contadas ocasiones. Yo no soy saxofonista, toco el piano y el bajo, pero en las orquestas sinfónicas de hoy… aún no existe la plaza de saxofón”, apunta. Y aunque existen plazas para corno inglés o contrafagot, “instrumentos raros”, no existe la de saxofón, pues carga con el estigma de una vida turbulenta y nocturna. Persiste el rechazo, pero a los jazzistas poco les importa, ellos tienen sus propiasbig band, conjuntos de jazz o tocan en solitario, pero en el mundo académico este rechazo también prevalece. Este libro fue publicado originalmente en inglés hace 10 años, por lo que su traducción ha creado gran expectativa. “Por desgracia, no tenemos noticias del autor. Escribía para Rolling Stone, pero nadie lo localiza; al parecer se retiró del mundo editorial y seguro no sabe que su libro ya circula en español”