CIUDAD DE MÉXICO. Decir que fue penosa la presentación de la compañía canadiense Le Carré des Lombes, el 12 y 13 de marzo en el Teatro de la Ciudad dentro del Festival del Centro Histórico sería un halago inmerecido.
Decir que fue penosa la presentación de la compañía canadiense Le Carré des Lombes, el 12 y 13 de marzo en el Teatro de la Ciudad dentro del Festival del Centro Histórico sería un halago inmerecido.
Muchas son las justificaciones esgrimidas por traer una agrupación tan desafortunada: la caída del peso frente al dólar y la tremenda crisis económica por la que pasa el país, las más recurridas. Pero en el fondo, me parece que lo que hay es un gran desconocimiento de lo que sucede en el campo de la danza internacional y una evidente falta de interés por la danza a la que se relega para favorecer a otras manifestaciones artísticas.Paradoxe Melodie, obra creada en 2014 por la que bequense Danièle Desnoyers, en el ánimo de la interacción de “los trazos coreográficos con la música en vivo”, lo que incluye a una arpista creando sonidos sobre una pista electroacústica pregrabada.Como sucede en una gran parte de las compañías de la segunda y tercera fuerza mundial, no es el vocabulario y el desarrollo de un lenguaje lo que le interesa a la coreógrafa. Su búsqueda recae más en la temática y en una cierta búsqueda escénica que se sustenta en una obvia experimentación interdisciplinaria.
Es decir que la autora muestra de forma deliberada incluir parte del proceso de investigación en la puesta en escena misma. Lo que teóricamente suena interesante, pero que en la práctica, seguramente es más interesante para quien es parte del montaje que para quien lo ve. Se hace evidente entonces el viejo formato expresivo que viene en formatos dancísticos como contact, reléase, vuelo bajo, vuelo alto y la ductibilidad extrema. Formas de las que múltiples compañías mexicanas han utilizado hasta la saciedad y que son parte de una lamentable “moda” mundial.Los bailarines, en un toque de ser quienes son en la vida real, lucen como si hubiesen salido de sus camas media hora antes de la función y con un vestuario sucio, poco interesante, vamos ordinario. Y en esa ordinariez la falta de pulcritud distrae en un look fodongo que no es chic, sino que es en realidad de un equipo de bailarines chamagosos que no se han bañado en una semana –pelos grasientos siempre en la cara–, sus ropas sucias y un mal olor que era imposible no percibir desde la platea. La coreografía tampoco fue del todo brillante, repetitiva –no minimalista–, reiterativa y plana. Los bailarines corrían en un gran círculo en lo que parecieron horas. Una niña del público fue la que hizo el mejor juicio sobre esa parte “me recordó a cuando en la clase de deportes nos sacan al patio y nos piden que le demos diez vueltas corriendo”. El verdadero problema de espectáculos tan pobres no es que lo sean, sino que al existir un gran analfabetismo dancístico en el país, los asistentes no saben si están frente a una gran obra de arte que por su complejidad es imposible entender o ante la presencia de algo aburrido, incomprensible, feo y mal hecho.