CIUDAD DE MÉXICO. En Carne de ataúd, Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972) recrea la historia de Francisco Guerrero Pérez, conocido como El Chalequero, uno de los asesinos seriales más mediáticos del siglo XIX y princ
En Carne de ataúd, Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972) recrea la historia de Francisco Guerrero Pérez, conocido como El Chalequero, uno de los asesinos seriales más mediáticos del siglo XIX y principios del XX, que no sólo puso en jaque a las autoridades policiacas tras asesinar a varias prostitutas, sino que se convirtió en uno de los personajes que impulsaron el boomde la nota roja, a partir del olfato de Rafael Reyes Spíndola, director del diario El Imparcial y de su reportero estrella, Eugenio Casasola.
Así, esta historia transcurre entre las sesiones espiritistas con Madame Guillot, las riñas y el arte decadente de Julio Ruelas, la mirada vigilante del inspector Carlos Rougmanac, el recuerdo de Murcia Gallardo, la prostituta y enamorada de Casasola, el regreso de El Chalequero, el arte de José Guadalupe Posada y el origen de la Orden Secreta de la Lámpara de la Luz Invisible y sus ritos satánicos en Tepoztlán. La historia, afirma Esquinca, nació de su obsesión por la Ciudad de México, aunque en esta ocasión de su pasado, en particular de esa brecha que va de 1880 a 1910, un momento histórico donde confluye la ciencia y el espiritismo. “En este caso me interesó explorar el pasado porque en ese tiempo se funden las bases del país que hoy conocemos”, comenta el también autor de Toda la sangre y Mar negro. No olvidemos que el siglo XIX estuvo regido por una larga serie de convulsiones, apunta, donde el país se encuentra en ese momento histórico que intenta definir su identidad, a medio camino entre modernidad y superstición. Es tal como la propia Madame Guillot lo expresa en uno de sus diálogos: “Por más esfuerzo que haga el Déspota y su corte de científicos jamás podrán quitarle a este pueblo su relación con lo sobrenatural”. En ese contexto el autor comenzó a investigar la época. “Porque aquí encontré una época fascinante por todo esto que te digo, donde llega la modernidad, con sus tranvías, sus ferrocarriles y sus fonógrafos, mientras en los recovecos de la sociedad prevalece el temor a la Llorona, con un cúmulo de historias, muchas de las cuales aún permanecen hasta nuestros días”. A esto se suma el recordatorio que nos han hecho historiadores como Luis González Obregón o cronistas como Héctor de Mauleón, quienes insisten en que detrás de cada calle y cada nombre de la ciudad existe un trozo de memoria y algo que nos cuenta la historia de este palimpsesto que es la ciudad de México. ¿Qué refleja El Chalequero de nuestra sociedad?, se le cuestiona al autor. “Se trata de un personaje interesante no sólo por los brutales asesinatos que cometió y por el morbo que despertó entre la gente, sino porque es un protagonista que delimita perfectamente el auge y la caída del porfiriato”. De ahí que en Carne de ataúd este asesino serial comience sus asesinatos en 1888, que es el momento en que Porfirio Díaz se encuentra en su auge, aunque para 1910 este Chalequero muere, justo el momento histórico en que se desata la Revolución Mexicana. “Así que este personaje me sirvió como marco para reflejar los vicios del porfiriato, una sociedad que me interesó explorar y reflejar”. ¿Por qué utilizar a Eugenio Casasola como antagonista de El Chalequero? “En esta historia se trata de un personaje totalmente ficticio, donde recreo las memorias de Casasola, un proscrito de su familia que terminó en el manicomio de La Castañeda”. ¿Este libro plantea alguna crítica al espiritismo de la época? “Donde sí hago una crítica es en la criminología (impulsada por Carlos Rougmanac) que estaba centrada en la técnica del italiano Cesare Lombroso, donde había un prejuicio de que la fisonomía delata al criminal nato, lo cual le pareció sensacional a Porfirio Díaz, ya que esto le permitió oprimir al pueblo”.