CIUDAD DE MÉXICO. La falta de jerarquización de la cultura contemporánea, propiciada por medios de comunicación como internet y las redes sociales, intriga a la escritora Margo Glantz (1930), quien piensa que esta
La falta de jerarquización de la cultura contemporánea, propiciada por medios de comunicación como internet y las redes sociales, intriga a la escritora Margo Glantz (1930), quien piensa que esta “especie de hibridación de la realidad” marca el nacimiento de una nueva cultura.
La narradora comenzó a escribir un libro de ficción sobre este fenómeno: “Me parece muy interesante cómo la vida cotidiana ha hecho que la información se vuelva cada vez menos jerarquizada, que se confundan al mismo tiempo muchas cosas que tienen diferente valor entre sí, que se están contaminando unas a otras y no se sabe cuál es la más valiosa”. Para ella esta fragmentación es resultado de la coexistencia en el mismo espacio y tiempo, de noticias terribles con otras banales. “Los asesinatos, el narcotráfico, las destrucciones del Estado Islámico y los atentados terroristas aparecen al lado de noticias como la muerte del cantante David Bowie, que Kate del Castillo tiene una firma de tequila o que han operado al Chapo porque tenía disfunción eréctil”, lamenta. La autora de Saña confiesa que el fenómeno le llama la atención porque trabaja precisamente con fragmentos y obsesiones. “Una de las obsesiones mayores de mi mirada como profesora, escritora y periodista ha sido el cuerpo. De repente enfoco una parte del cuerpo, lo separo del resto y lo utilizo en una textualidad que es fragmentaria la mayor parte de las veces, pero los fragmentos se hilvanan a partir de la obsesión”, afirma. Glantz fue pionera, en la década de los 70 de la pasada centuria, de los textos híbridos que desafían los géneros literarios que hoy están de moda. “Empecé a incursionar hace décadas en lo intergenérico, lo intertextual, la tipografía y la ilustración. Son búsquedas poco frecuentes. He tenido una línea muy definida que he mantenido a pesar de todo, a pesar de que me leen poco, porque es un trabajo poco accesible, un mundo erudito. “Hay una cosa epiléptica en mis textos, porque pasan de la alta a la baja cultura, de la muerte a la moda, de la vanidad a la reflexión cósmica. Esa forma de ir frecuentando diversos niveles y conjuntándolos hace quizá más difícil mi lectura, pero también más valiosa”, señala. La escritora dedica sus textos a diferentes partes del cuerpo: la nariz, la matriz, la cintura, el pie calzado y recientemente al cabello, en su libro La cabellera andante. “Es una especie de imaginario del cuerpo. Es mi propio imaginario. La mujer tiene un lugar primordial, porque es un objeto mirado. En la literatura es el objeto de reflexión masculina. Me interesa la imagen que se ha tenido de la mujer y de su cuerpo a lo largo de la historia, porque el cuerpo de la mujer, como el de los negros y los indios, ha sido un cuerpo sojuzgado, esclavo”. En el libro pone al día los textos que escribió en 1977 para unomásuno. Asegura que le interesó el pelo porque es, junto con las uñas, lo único que sigue creciendo después de la muerte. “Es un signo de vitalidad. Además de que los rituales del cabello están muy conectados con los rituales de belleza y de destrucción. Rapar el cabello ha tenido muchas simbologías, era sinónimo de esclavitud con los griegos y los nazis. Ahora parece que es un símbolo de belleza. La sexualidad en occidente es calva”. Su fascinación por el cabello no es nueva. “Conservo el cabello de mi mamá en una media de mi mamá, porque ella tenía várices y usaba unas medias especiales. Es un recuerdo entrañable para mí”, confiesa.