CIUDAD DE MÉXICO.
En la última década, la literatura del narco ha ganado terreno en las mesas de novedades de las librerías del país. La guerra civil ha funcionado como corpus para trazar una arquitectura de ficción y realidad.
A wevo, padrino, de Mario González Suárez (México, 1964), no sólo recrea la atmósfera violenta en la región de Mazatlán, sino que también indaga en la vida de un taxista, el personaje central de la historia: “El tema del narco está como una escenografía para indagar el tema del destino, que es lo que a él verdaderamente le preocupa”, dice el autor.
La ansiedad de no saber qué sigue, es precisamente lo que vive el protagonista, porque no sabe si lo van a matar o tendrá que matar. “Ésa es la ansiedad, que viene, precisamente, porque sabe que algo seguramente sucederá en este ambiente de violencia”.
Junto con el taxista, un grupo de hombres y mujeres transita el camino de las drogas, la prostitución y el contrabando. Cada uno de los personajes, broncos, complejos, llenos de matices, sólo pudieron haber sido construidos gracias a la propia experiencia, al haberlos mirado cara a cara. A decir de Suárez, él conoció a la mayoría de ellos, incluso vivió muchas de las situaciones que se recrean en la novela. “Por ejemplo, este señor Quiñones, era un plomero que conocí en el edificio donde vivía en Mazatlán; de unos setenta años, fumaba todo el día y olía muy mal. Un día conversamos y me contó que estuvo en la cárcel, a lo cual pensé ‘cómo es posible que un ancianito tenga una historia como ésta’. Sin embargo, para que los personajes funcionen en una obra de ficción hay que adaptarlos”.
La mayor apuesta de este libro es la oralidad con la que está contado. Al preguntarle acerca del tema, respondió: “El lenguaje oral tiene una serie de impurezas, es un leguaje burdo pero con mucha energía, no funciona si lo transcribes; la escritura literaria tiene otras reglas, por eso es necesario quitar todos esos lastres del lenguaje hablado, para entonces, obtener la quintaesencia de esa energía.
A esta oralidad recreada artificialmente no le importa repetir palabras, no le interesan las cacofonías, todo va formando parte de la fuerza de la expresión. El lenguaje literario convencional es frío, es correcto; la oralidad es caliente y no busca corrección sino eficacia”.
La familia es una de las obsesiones del también maestro de la Escuela Mexicana de Escritores. Al mencionar el asunto familiar, Mario no titubeó para decir: “la familia mexicana es el origen de todos los males”. No es la primera vez que lo afirma.
“Mira,
De la infancia, Faustina y
A wevo, padrino se constituyeron, involuntariamente, en una trilogía de la familia mexicana: la primera es la historia del papá; la segunda, de la madre; y la tercera, del hijo”, respectivamente.
A mitad del libro, se abre un paréntesis para contar una historia distinta a la del taxista mazatleco. “Mira, ése es un espacio que alguna gente me ha dicho que no va ahí, que no forma parte de la novela; pero ésa es la parte medular de la novela, el verdadero momento del narco, es ése.
El narco, por su poder, violencia y dinero, todo lo pueden tener; lo único que no, es la inmortalidad; por eso Cuéllar trabaja en la droga de la inmortalidad. Qué significa la obtención de la inmortalidad, la obtención de la impunidad”.
La imagen como proceso creativo
Al cuestionarlo respecto a la influencia del cine en su obra, González Suárez afirmó que no piensa sus novelas como películas, ya que nunca le ha gustado escribir guiones. “Esto tiene que ver con el proceso literario, ya que tiene distintos momentos, y el último son las palabras. La literatura se hace con palabras sólo en apariencia, porque el fondo de lo literario no tiene palabras, tiene imágenes, entonces el trabajo que hace un escritor, fundamentalmente es el trabajo con la imagen. El narrador no puede escribir de algo que no haya visto, y eso se nota. La imagen es algo que se contempla no sólo con los ojos, es accesible a todos los sentidos”.
“Posterior a este momento sigue el de la verbalización de esas imágenes. Es el momento de la aparición del narrador; el fundamento de la narrativa es quién narra.
Sobre qué persona gramatical prefiere para contar sus historias, comentó que toda narración es en primera persona, “independientemente de la persona gramatical que utilices. Básicamente porque las cosas no se dicen solas. Siempre las dice alguien. Y toda narración es en tiempo presente. Aquí, en A webo, padrino, el uso de la primera gramatical tiene que ver con el acercamiento a la subjetividad del narrador, la subjetividad es lo más importante para mí en un narrador, quien tiene la voz de primera mano, el que te cuenta lo que sea”.