CIUDAD DE MÉXICO. Para Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) La Oculta no sólo es su más reciente novela, sino también la historia que lo rescató de la muerte literaria, tras padecer un bloqueo creativo que duró
Para Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) La Oculta no sólo es su más reciente novela, sino también la historia que lo rescató de la muerte literaria, tras padecer un bloqueo creativo que duró poco más de dos años.
Todo empezó en Berlín, donde preparaba las Memorias de una amante impotente, que sería su siguiente novela, hasta que cierto día tomó la bicicleta, fue a casa de su editor y al volver a casa… descubrió que había perdido la libreta con aquel borrador. Fue inevitable la decepción y entonces pensó en abandonar la literatura definitivamente. Sabía que en cuatro meses debía entregar su próxima novela y ahora la había extraviado. La desesperación lo llevó a recuperar La Oculta, una novela frustrada que guardó por años en un cajón. Entonces la resumió, la pasó en limpio y cambió la voz del narrador para revivir aquella historia rural con sabor a nostalgia que le guiña el ojo a la Comala de Juan Rulfo y al Macondo de Gabriel García Márquez. “Es interesante que vea una nostalgia en esta novela”, acepta el narrador en entrevista. “Puede que la haya, pero es la nostalgia de mi mundo perdido, que era el de contar historias”. Cansado de hablar sobre ciudades, decidió enfocarse en La Oculta, una finca escondida en las montañas de Antioquia, donde exploró el apego por la tierra y sus orígenes familiares, un paraíso amenazado por la violencia política, paramilitar, el narcotráfico y la invasión de parceladores, urbanizadores y especuladores de tierras. Sin embargo, La Oculta no sólo es la novela donde el autor ha experimentado más dolor y nostalgia, sino el límite supremo que le ayudó a superar el bloqueo como autor. “Tuve mucha dificultad para escribir esta novela. Atravesé un periodo de larga sequía porque no llovía en mis libros y nada salía de la tierra de mi mente, o crecía una maleza que no servían para nada. Fue un periodo tan difícil que estuve a punto de abandonar la literatura porque sólo producía libros fracasados. Incluso abandoné La Oculta más de un año y pensé que nunca la terminaría, pero casi por azar lo hice”. ¿Cuándo supo que la novela estaba lista?, se le inquiere. “Una novela nunca está lista y es un poco como el sicoanálisis, donde uno nunca sabe cuándo acabar. Más bien uno la acaba por cansancio que por cualquier otra cosa. “Es más, cuando la novela estaba a punto de irse a imprenta, tuve un sueño donde se me reveló algo de un personaje y llamé a la editorial para cambiar algunas páginas. Y si hoy la revisara cambiaría muchas cosas. Por eso trato de no volver a leer y no revisar más”. Tregua y armisticio A los 17 años, Héctor Abad escuchó a Tomás Mojarro decir que “todo libro publicado queda huérfano y debe defenderse solo”. “Por eso esta entrevista me sirve para acompañar a ese hijo huérfano y dar algunas pistas o explicaciones sobre lo que es, pero en realidad ya no hay nada qué hacer, porque está terminada con sus defectos y virtudes”. ¿Qué es La Oculta?, se le cuestiona. “La transformación de mi experiencia en novela. Aunque por mucho que uno cuente lo que siente, al trasladar la verdad de la experiencia a las palabras… existe una traición a esa verdad. La Oculta es lo que queda: El armisticio entre mi experiencia y mi manera de contar”. El autor hace una pausa. “Lo primero que usted mencionó fue a Rulfo. Ojalá pudiera tener la concisión y la capacidad poética de Rulfo. Pero no la tengo. Lo que sí tengo es lo malo, eso de andar anunciando por años una novela que no lograba publicar”. ¿Dónde inicia el bloqueo creativo del autor? “Viene de la comparación entre el ideal y lo que uno se propone en la mente… del ideal de un libro tan perfecto como una sinfonía, que en el papel desentona, chilla, cae, se vuelve cursi.” Pero cuando uno compara lo que escribe con lo que quería hacer, nace la derrota, asevera. Y si además uno compara lo que escribe con lo que lograron Rulfo, Joseph Roth o el mismo García Márquez, uno se pregunta ¿para qué añadir al mundo un tartamudeo, un hipo inepto? “Quizá mis libros no son los mejores, ni los que quería que fueran. Tampoco pueden compararse con los libros de los grandes maestros, pero son míos, como mis hijos”. Semanas después de perder sus Memorias de una amante impotente Abad Faciolince recibió una llamada. Era un fotógrafo que vivía en Berlín y le preguntó si había perdido una libreta, porque un niño le había llamado por una recompensa. Resulta que un niño alemán encontró aquella libretita al salir del colegio, pero al mirar la primera página encontró un mensaje: “Ofrezco 50 dólares si me devuelves esta libreta”. Páginas adelante encontró el nombre y el teléfono de su amigo fotógrafo. El autor visitó aquella familia berlinesa, lo invitaron a comer, recuperó sus apuntes y pagó la recompensa. “Tuve que duplicar el monto porque aquel niño tenía un hermano gemelo, pero desde entonces no he vuelto a leer el comienzo de la novela. Quizá en un día de sequía lo haga y deba incluir la mano de este niño”.