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Hoy es sábado, 23 de noviembre de 2024

La curiosidad nos hace humanos

• Charla con Excélsior acerca de su más reciente libro de ensayos México.- Todo está hecho de curiosidad. Desde las cuevas de Altamira hasta la música de Mozart, la Divina Comedia, las obras maestras de Miguel Á

La curiosidad nos hace humanos

La curiosidad nos hace humanos 2 Charla con Excélsior acerca de su más reciente libro de ensayos México.- Todo está hecho de curiosidad. Desde las cuevas de Altamira hasta la música de Mozart, la Divina Comedia, las obras maestras de Miguel Ángel, la observación de las estrellas y la necesidad de viajar por el mundo, porque la curiosidad nos define como seres humanos, dice a Excélsior Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), el pensador y ensayista que llegó a la 35 Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO), para hablar de Curiosidad. Una historia natural. Éste es su más reciente libro y arranca de una simple sentencia: “Tengo curiosidad sobre la curiosidad”, para luego navegar como Dante Alighieri sobre esos continentes en forma de pregunta que lo mantienen vivo: por qué queremos saber más, cómo razonamos, qué es el lenguaje, qué hacemos aquí, qué es lo verdadero, cómo vemos lo que pensamos, cómo preguntamos, qué hacemos aquí, entre otras. Pero antes de hablar sobre su libro, adelanta que comenzará un nuevo proyecto sobre la historia de las utopías. Esta idea le llevará bastante tiempo surgió durante su encuentro con la obra de Gerardo Murillo Dr. Atl, donde planteará otra cuestión: ¿cómo es posible que en los milenios que hemos vivido, organizándonos como sociedad, no hemos podido, siquiera una vez, crear una sociedad feliz y eficaz?

La curiosidad nos hace humanos

¿De dónde le vienen tantas preguntas?, se le cuestiona al también autor de Guía de lugares imaginarios, En el bosque del espejo y Diario de lecturas. “¡Del hecho de vivir en este mundo! Porque no sería posible vivir en este mundo sin hacernos preguntas ¿verdad?”, asevera entre risas. Por eso a lo largo de este libro, Manguel evoca desde los primeros pobladores que sentían asombro por el fuego y el rayo, hasta aquellos artistas que le dieron forma a las Cuevas de Altamira, y a las generaciones de pensadores y científicos que produjeron civilizaciones como la maya, la egipcia o la griega. Pero hoy hay internet, ¿eso implicaría que somos más curiosos que en la antigüedad?, se le cuestiona al pensador. “No lo creo, sólo somos curiosos de una manera distinta. Además, las restricciones que la sociedad ponía al curioso en la época del hombre prehistórico, son obviamente distintas a las que impone hoy nuestra sociedad”. En su libro, el autor acude a Arthur Conan Doyle y recuerda que “el mundo está lleno de cosas obvias que nadie observa jamás”. Quizá el hombre de nuestro tiempo ha perdido esa capacidad de asombro que provoca la curiosidad. Pero Manguel lo niega: “No hemos perdido la capacidad de asombro, pero necesitamos que algo parezca a punto de perderse para que admitamos que está allí. Por ejemplo, los animales y las plantas que consideramos en vías de desaparición siempre estuvieron allí para verles, aunque no reparamos hasta que los científicos nos han dicho que están por desaparecer”. Eso mismo sucede con las cosas de la vida cotidiana, añade, pues fue hasta que llegó el automóvil como entendimos la importancia de caminar, o la llegada del libro digital para apreciar todavía más las bibliotecas de nuestro tiempo. Manguel también se apoya en Jean-Jacques Rousseau para demostrar que la escuela debería ser un ámbito donde se dé rienda suelta a la imaginación y a la reflexión, sin ningún fin práctico o meta útil. ¿Qué tanto se ha conseguido esta utopía? Toda utopía se define a través de su rostro. Por supuesto que necesitamos esas escuelas que den rienda libre a la imaginación, pero no lo tendremos mientras conservemos esa idea de una sociedad de consumo. En una sociedad de consumo, la imaginación, el razonamiento y la reflexión… son obstáculos”. LEJOS DE BABEL Lector para editoriales como Gallimard y Denoëll, Alberto Manguel hoy vive en un pequeño pueblo de Francia donde escribe. Para este caso asegura que, a diferencia de otros libros, éste no fue creado bajo la inspiración del argentino Jorge Luis Borges, sino más bien de la “Divina comedia” de Dante Alighieri, libro que descubrió hace una década y donde encontró las preguntas que buscaba. Yo no diría que este libro es borgeano —en el sentido que para Borges el universo era una biblioteca—, aunque es cierto que toda mi experiencia está reflejada en la biblioteca. Pero en este caso sólo quise mostrar que la literatura no nos aleja del mundo, ni nos encierra en una torre, sino por el contrario: nos abre las puertas y nos echa de bruces en el mundo”. ¿Le parece que la curiosidad une a la humanidad? “No creo que nos una, más bien nos definen. Pienso que nuestros iluminados antepasados de Altamira tomaron conciencia de que ellos eran seres vivos y esa conciencia la manifestaron en una pregunta: ¿quién soy, qué hago en este mundo y qué es este mundo? Entonces quisieron dejar su experiencia del mundo en aquellos muros, para mostrar lo que contemplaban y un testimonio de sí mismos porque nos dejaron la marca de la palma de sus manos”. A lo largo del libro, el autor argentino también refiere relación entre la curiosidad y lo que nos lleva a viajar por el mundo. Sin embargo, asegura que el hecho de que hoy existan más personas en constante movimiento por el mundo… no significa que haya más curiosidad. Hoy hay más gente viajando, pero viendo menos; lo que viaja son los teléfonos móviles, las tablets, con las que se fotografía el mundo que ellos tendrían que ver. Esto no es un turismo de personas, es turismo de selfies”, lamenta. ¿Significa que el interés prefabricado por mercado limita nuestra curiosidad? “No importa porque no son viajeros curiosos los que se desplazan, sino viajeros que quieren tomar fotos de escenas y de personajes que quizá vean cuando vuelvan a su casa, pero quienes viajan son las máquinas, no las personas”. ¿Es Twitter y el e-book un mal para la curiosidad?, se le cuestiona. “Esos instrumentos son neutros. Somos nosotros los que definimos su uso y le damos una calidad negativa o positiva, es decir, la calidad de un tweet, un texto electrónico o un ebook no depende de su calidad electrónica, sino de lo que llevamos y leemos”. ¿Considera que si alguien descubriera una copia de la biblioteca de Alejandría, todos la visitarían? “¡Seguramente! Pero mejor para nosotros que no sepamos nada sobre la biblioteca de Alejandría y que más bien sólo sea el arquetipo de todas nuestras bibliotecas”, concluye.