• Se cumplieron 36 años de la tragedia que marco a BCS
Dionicio Lara Lucero
La Paz, Baja California Sur.- Aquel 29 de septiembre de 1976, inclusive por la tarde-noche, los escasos medios de comunicación (solo estaciones de radio), no advertían del todo la presencia del meteoro que otro día, justamente el 30 de septiembre, acarrearía, el dolor y la tragedia; y se convertiría en la más grande pesadilla para cientos, miles de familias sudcalifornianas.
La pesadilla del ciclón Liza
Efectivamente, ese 29 de septiembre, en La Paz reinaba una aparente tranquilidad, el agua del cielo caía tranquilamente.
“Hay que amarrar la casa, porque puede que llegue el chubasco”, dijo mi padre simplemente.
Y así lo hicimos. Vivíamos entonces en Márquez de León, casi esquina con Yucatán, de la colonia Los Olivos.
Ya después, llegada la noche, en casa, todos nos acostamos a dormir. Y la noche transcurrió sin contratiempos.
Sería al día siguiente cuando estupefactos, habríamos de darnos cuenta de la tragedia, del horror de la muerte.
Ver pasar los Píck Ups cargados de cadáveres igual como si fueran cargas de leños, cuya carga mortuoria irían con diversos destinos: la Sala de Juntas del Hospital Juan María de Salvatierra; el Gimnasio de Usos Múltiples y la Capilla del Sagrado Corazón de Jesús, entre otros, que se habían acondicionado para apilar a los muertos que se contaban por cientos, por miles.
Sin descartar a los otros tantos cientos, o quizás miles que se perdieron en el mar ante las caudalosas aguas broncas que se hicieron por los arroyos del Cajoncito y el Piojillo.
Yo en lo personal, sentí un gran escalofrío recorrer todo mi cuerpo al observar aquellos cuerpos inertes de hombres, mujeres, niñas y niños, muchos completamente desnudos, con el rictus de la muerte y del dolor en sus rostros.
Pero más hondo me caló observar cómo las madres emprendieron ese viaje, abrazadas fuertemente a sus hijos.
Fue terrible también ver que de lo que antes fuera la colonia INFONAVIT, ya no quedaba ni una sola vivienda y solamente, a flor de tierra despuntaba lo que fue una empresa mueblera, misma que hasta la fecha se observa en las inmediaciones del campo de béisbol de El Piojillo.
El 30 de septiembre de 1976, las autoridades ordenaron construir, -con la celeridad del caso- todos los ataúdes de madera que fueran posibles. Pero la demanda superaba en gran medida la oferta y resultaron del todo insuficientes, como insuficientes fueron los servicios funerarios.
Entonces, el Ayuntamiento ordenó adquirir inmensos rollos de tela para amortajarlos, y yo personalmente fui uno de los responsables de llevar esos rollos de tela a cada uno de los lugares que fueron acondicionados para mantener a los muertos en tanto fueran llevados a su sepultura.
Ya para entonces, la autoridad también había ordenado que en el panteón de Los Can Juanes, se internaran enormes máquinas que se encargarían de escavar cinco largas hileras, tal vez de 2 metros de ancho por 15 metros de largo, en donde, ya por la noche, y en lo que fue una tarea macabra, ir apilando los cuerpos de los muertos, unos en cajas y la gran mayoría envueltos en tela, hasta depositarlos todos.
La noche del 30 de septiembre, fue testigo muda de ese desenlace donde esas cinco hileras, mismas que hasta le fecha sobresalen en Los San juanes, que denotan apenas unas 20 cruces y unas 3 tumbas en total.
Como testigos también serían el presidente de México Luis Echeverría Álvarez y el entonces gobernador del Estado Ángel César Mendoza Arámburo, además de un grupo de personas que estuvimos ahí, de pie arriba de un gran muro de tierra, para dar el último adiós a ese puñado de hombres, mujeres y niños que fueron presa de esa terrible tragedia.
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