• La historia de Rubén, el hombre que se negó a darse por vencido
Carlos Ibarra Meza
La Paz, Baja California Sur (BCS). Una mañana Rubén Villarreal despertó con una cosa en mente: volver al mar. Pensó una y otra vez cómo mejorar el diseño de su viejo kayak rojo, porque una lesión de médula le impedía, desde hace dos años, consecuencia de un accidente que sufrió cuando era capitán de un barco de 100 toneladas, le imposibilitó volver a camina, y desde entonces una silla de ruedas se convirtió en una extensión de su cuerpo.
A los 50 años Rubén fue operado en más de tres ocasiones de la columna, y con ello la vida como la conocía, se transformó. Antes él domaba el mar en su barco, programaba salidas continuas a bucear, pero por la inestabilidad en el tronco de su cuerpo ya no le permitió seguir con las actividades que tanto ama.
Con la decisión revoloteándole en la cabeza, Rubén se puso a trabajar, y diseñó un sistema que le ayudara a mantener la estabilidad en el mar. Tomó un par de flotadores y los atornilló a los lados del kayak, no sin antes calcular la flotabilidad y estabilidad para su peso: 75 kilogramos.
Una vez listo el invento, kayakeros de la ciudad acompañaron a Rubén para probarlo. El 03 de agosto de 2015 lo echó al agua; esa es una fecha inolvidable para él, porque puso a prueba su ingenio, y consiguió sentir de nuevo la brisa de mar golpeándole la cara, mientras remaba hacía la boya 18 cercana al mogote.
Por fin acarició la libertad que sólo la bahía de La Paz puede ofrecer.
El sueño de Rubén
“El kayak ya lo tenía, pero no lo podía usar, por eso soñé y pensé y diseñé cómo hacerle para poder usarlo; lo que voy necesitando yo mismo lo diseño y lo construyo”, dijo Rubén.
La respuesta es un ejemplo de los problemas que a diario enfrentan las personas con discapacidad en Baja California Sur. Según un reporte del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2012 el 6.5 por ciento de la población en la entidad sufre algún tipo de discapacidad.
“A los que regresamos de la muerte, y más con la lesión, la vida cambia, la vida que tenías antes desaparece, esa ya no existe. Tus amigos anteriores y la misma familia para uno son extraños, es un proceso de encontrarse con quién eres ahora, qué persona está en tu cuerpo: ¿por qué regresaste?, ¿para qué regresaste?, ¿qué harás ahora?, ¿qué propósito tienes?”, explicó.
Y sí, su vida se transformó drásticamente. Al despertar tuvo que empezar a cambiarse acostado, y luego montaba su silla de ruedas deportiva y se iba a entrenar al malecón. Regresaba. Planchaba su ropa, la ponía sobre la cama, volvía acostarte para vestirse de nuevo. Luego cocinaba y desayunaba.
“Tengo que levantar la casa para salir antes de las siete de la mañana para entrenar o ir al banco o de compras, y en las tardes voy a marina Cortez a visitar a mi hijo en el yate Sol; en ocasiones me siento en el restaurante para ver el atardecer”, expresó.
Como le era imposible estar quieto, Rubén se convirtió en un deportista de alto rendimiento. Todos los días recorría 10 kilómetros. Participó en competiciones para llevar el mensaje a la sociedad sobre las personas en su condición.
“Cuando encuentras las respuestas, es cuando buscas hacia dónde llevar tu nueva vida por eso me siento mejor ayudando a los niños con discapacidades”, mencionó.
Semanas más tarde de esta entrevista, el destino volvió a jugar en su contra: su doctor de cabecera le recomendó que olvidará la actividad, y le sugirió reposo absoluto. En agosto de 2015 lo operaron de nuevo.
“Me han dado de alta después de un servicio de cambio de válvula, manguera y sopleteada (sic) –bromeó– todavía hay refacciones para mí. Me han pedido ya no permanecer en posición hincado para evitar la formación de coágulos y me han suspendido la silla de pista, hasta que la modifique la posición de las piernas”.
Una cosa tenía clara Rubén: sólo le quedaba soñar con su amor el mar.
El valiente marinero
Nunca se dio por vencido. A Rubén no lo detuvo nadie. Se negó a someterse a los límites y, empecinado, armó el kayak con los aditamentos y comenzó a escribir otro pedazo de su historia.
“Cuando salí en el kayak con Margarita (kayakera que le apoyó de la ciudad de La Paz), le enseñé a que supiera qué es lo que está viendo, y aprenda a leer las señales que le da el mar. Por ejemplo, el día que llegamos a la boya, desde lejos yo le dije la dirección de la corriente, velocidad y altura de la marea con sólo ver la boya y eso le gustó a ella”, indicó.
Los 30 años que tiene navegando en el mar no son fáciles de olvidar. Por eso no sintió miedo. “El miedo desaparece; al contrario disfruto regresar con mi amir el mar, así lo llamo, así me refiero a él”.
Rubén, ese hombre de pelo cano y piel tostada por el sol, es padre de tres hombres y una mujer, ellos son el motor que le obligaron, en su momento, a convertirse en biólogo marino, en fotógrafo, en piloto aviador, en paramédico, en fotógrafo, en buzo profesional y en capitán de barcos.
Rubén es todo eso, y ahora también es un kayakero que surca el mar de La Paz, que surca las comisuras de lo posible.
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