• La Biblioteca del Congreso reconocerá al escritor de origen mexicano como Poeta del Año, distinción que compartirá con Charles Simic, Natasha Trethewey y Philip Levine, entre otros
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México.- Juan Felipe Herrera (Fowler, California, 1948) es el poeta del exilio y de la frontera que hizo del sueño americano una realidad. Es autor de una veintena de libros y a partir del próximo 15 de septiembre se convertirá en Poeta del Año, seleccionado por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, posición que por primera vez ocupará un hispano, y que compartirá con Charles Simic, Natasha Trethewey, Philip Levine, Donald Hall y Billy Collins, entre otros.
De madre tepiteña y padre chihuahuense, su primera infancia estuvo ligada a los campos de algodón y la cosecha de verduras en California. Ahora su nombre pasará a la historia como el primer poeta hispano en conseguir tal distinción y, en entrevista con Excélsior, habla de su obra, el vínculo con México y las actividades que realizará durante el próximo año.
Su historia comienza en 1882, cuando su padre tenía 14 años y abandonó el rancho El Mulato, Chihuahua. Una corazonada lo llevó a Parral, donde se montó en el tren y llegó a Colorado para no volver.
“Mi papá siempre fue campesino que trabajó en los campos de algodón y en la cosecha de apio, uva, lechuga, brócoli… maíz, pero en los años treinta llegó al sur de Nuevo México, en los pueblitos de Mezquite y Troya, donde fundó una iglesia y se convirtió en un líder de la comunidad”, recuerda el poeta.
Hacia 1918, su mamá migró de Tepito al norte, junto con su mamá y sus hermanos, quienes se enlistaron al ejército en Forth Bliss, en 1919. Ella, durante toda su vida trabajó en restaurantes de San Francisco, en las cocinas de los hoteles y lavaba pisos. Tiempo después sus padres se conocieron, pero fue hasta 1948 cuando el poeta de raíces mexicanas nació.
Entonces la familia Herrera se mudó a Escondido, California, donde la familia trabajaba en ranchitos privados. El primer recuerdo vívido de Juan Felipe se remite a los siete años, cuando sus padres trabajaban en la casa de la familia García, también indocumentados que habían conseguido cierta estabilidad en la ciudad, pues tenían tres niños, una casita y dos lotes de tierra.
“Mi papá trabajaba para esta familia, donde sembraba maíz y verduras y cuidaba animalitos, puercos y gallinas. Entonces nosotros vivíamos en una casita que hizo mi papá de madera sobre el chasís de un carro. Eso era nuestra casa”.
Pero cierto día llegó la migra y se llevó a la familia García, recuerda. “Lo cierto es que el señor García ya lo presentía porque un día le dijo a mi mamá que le vendía la casa y el terrenito por dos mil dólares. Pero como no teníamos ese dinero… se convirtió en un sueño de cinco segundos. Así que un día llegó la Border Patrol, los metieron al camión verde y nunca volvieron”.
Como la casa se quedó vacía Juan Felipe y sus padres se mudaron a Ramona, concretamente al barrio mexicano de Logan Heights, donde el también narrador comenzó sus estudios formales.
Esa primera etapa el autor la define como la del exilio, factor que ha saturado y suturado toda su literatura. “Nosotros vivíamos afuera de todo y recuerdo que caminábamos en esos pueblitos, mirábamos las tiendas y las pequeñas joyerías, las estaciones de camiones y toda la realidad la veíamos a través de un vidrio. No podíamos tocarla”.
LLAGA FRONTERIZA
En la literatura del poeta chicano aparecen los mexicanos pioneros que llegaron a Estados Unidos, las raíces mexicanas y el muro abstracto que separa la cultura original del lugar donde se vive.
“A menudo también he reflexionado sobre mi familia y esos momentos en que no conseguíamos integrarnos por completo a la sociedad”, reconoce, “aunque otro tema ha sido cómo vencer todas esas barreras”.
¿Qué otros temas han sido vitales para el poeta? “El lenguaje, los cuentos, la cultura de mis padres y sus historias en México, sus familias, y cómo las cargaron y me las regalaron a través de palabras, dichos, memorias y un álbum fotográfico que siempre llevaba mi mamá”.
¿En qué momento comienza ese trozo de memoria? “El álbum inicia en 1889 y con el tiempo se convirtió en la memoria que me sirvió para contar mis propias historias. Además, mi mamá siempre cantaba corridos de contrabando y de la Revolución Mexicana”.
Pero antes de ser poeta, Juan Felipe Herrera trabajó como lavaplatos en un hotel de San Diego y en la Universidad de California, luego fue consejero y participó en programas de oportunidad y becas. Más tarde dio algunos talleres de teatro político y de teatro callejero donde revisó el muralismo mexicano y la tradición prehispánica. Era el año de 1970.
¿Cómo nació su vocación poética? “Esa es una rama que se abre y vuelve a florecer. Empezó con el movimiento chicano de 1960, con los movimientos estudiantiles y sociales de Latinoamérica. Entonces no me veía como escritor, sino como activista y por eso estudié antropología social. Pero en 1986 un amigo me invitó a la Universidad de Iowa, donde trabajé como editor”.
Este inicio se vinculó a su gusto por la poesía de Federico García Lorca, Antonin Artaud, Guillaume Apollinaire, César Vallejo y Pablo Neruda, de Nicanor Parra, Elías Nandino, Gustavo Sáinz y otros poetas cubanos y mexicanos que lo llevaron a experimentar con el lenguaje.
“Lo que siempre me ha gustado es experimentar. Porque esa es la vida del mexicano en Estados Unidos, la vida del migrante que experimenta sin pensarlo racionalmente”, asegura.
Autodefinido como un poeta chicano y de las américas, un poeta humano y americano al que el concepto de frontera le parece demasiado grande. “Antes la frontera era esa línea o llaga que todos conocemos, una frontera geográfica y geopolítica. Hoy la frontera somos todos nosotros (los migrantes)”.
¿Y cómo ve México desde el otro lado? “Uy, es difícil. A veces se ve como una nación contaminada y a punto de morir… un cadáver. Pero luego ve uno la riqueza, la vitalidad que transmiten las nuevas generaciones y todo cambia”.
Ahora, a días de que Juan Felipe Herrera se asuma oficialmente como el 21 consultante en Poesía para la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, ya tiene un plan. Impulsará el proyecto Casa de Colores, el cual busca difundir el conocimiento de la poesía entre la comunidad latina y crear una obra colectiva entre el mundo migrante.